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Las pseudoterapias o lo que pasa cuando nos encomendamos a la danza de la lluvia y no llueve

Las llamadas 'medicinas' alternativas son un peligro para la salud si se presentan como medicamentos capaces de curar. Varias expertas explican a entremayores por qué debemos mantenernos en la ciencia y dudar de las recetas milagrosas

Horacio R. Maseda 22-12-2023

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“Las pseudociencias matan”. Se cumplen algo más de tres años desde que, con esta contundencia, un total de 2.750 científicos y sanitarios de 44 países de todo el mundo firmaran un manifiesto contra las leyes que protegen a las pseudoterapias. España, con la mitad de las firmas, siguió promulgando (a través de campañas estatales y diversas asociaciones) no solo la ineficacia de este tipo de productos sin aval científico, sino sus peligros cuando sustituyen a los medicamentos o tratamientos convencionales. Sin embargo, algunas incongruencias –por ejemplo, que la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS) haya autorizado hasta ahora más de 1.100 productos homeopáticos sin estudios que respalden su eficacia–, así como su venta en canales sanitarios como las farmacias (blanqueando su imagen) y cierta permisibilidad legislativa hacen que todavía sea necesario advertir de los riesgos que se corren cuando se accede a las llamadas pseudoterapias o “medicinas” (entre comillas) alternativas.

Lo primero que deberíamos tener claro es a qué nos referimos cuando hablamos de pseudoterapias. Según la Organización Medica Colegial de España (OMC), se trata de propuestas de cura de enfermedades, alivios de síntomas o mejoras para la salud basadas en criterios que no tienen el respaldo de la evidencia científica, es decir, que no cuentan con ensayos clínicos que avalen su eficacia. Por tanto, estas técnicas se apoyan, muchas veces, en lo que conocemos como pseudociencias: prácticas que se presentan como científicas, pero que en realidad son incompatibles con este método por sus contradicciones, falsedades o exageraciones.

Algunas pseudoterapias siguen teniendo bastante aceptación entre la población española, y parte de la confusión se debe a las palabras o términos que usamos cuando nos referimos a ellas. “Una manera de lograr aceptación social es llamarlas ‘terapias’ o ‘terapias complementarias’ o ‘alternativas’ aunque ni complementen ni sean una alternativa clínica en absoluto”, señala Elena Campos Sánchez, doctora en Biociencias Moleculares en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa, y presidenta de la Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas (APETP). 

Según la doctora, el primer escollo para frenar las pseudoterapias es que, por lo general, “carecemos de las herramientas para discernir si dicha información es veraz o no”. Es decir, para que podamos elegir libremente, primero debemos estar correctamente informados: “Si las personas no saben o no pueden distinguir qué es ciencia de pseudociencia, o qué es un medicamento o tratamiento de algo que no lo es, difícilmente podrán elegir libremente o ejercer siquiera sus derechos como consumidores y usuarios. En este sentido, permitir llamar o apellidar como ‘terapia’ o ‘terapéutico’ a algo que no lo es, claramente lleva a la confusión, el engaño e incluso la estafa”, sentencia. 

Precisamente, uno de los objetivos del Observatorio de la OMC contra las Pseudociencias y Pseudoterapias consiste en que los pacientes estén ética y deontológicamente informados, para que luego puedan tomar sus decisiones en consecuencia. La doctora Rosa Arroyo, vicepresidenta del Consejo General de Colegios Oficiales Médicos (CGCOM) y coordinadora de este observatorio, explica a entremayores que, ante la duda sobre la eficacia de una terapia, la primera recomendación, por evidente que parezca, es que “el paciente se asegure de que quien le atiende es un médico” y corrobore cuál es su especialidad, algo que es “más sencillo en el sistema público de salud”, pero que también se puede consultar si se acude a la sanidad privada en el registro público de colegiados médicos.

La doctora Arroyo indica que “la relación médico-paciente tiene que darse en un entorno de confianza mutua y de toma de decisiones consensuadamente en base a una información adecuada y trasparente”, por lo que, después de las primeras comprobaciones, es necesario también preguntarle al médico cuáles son los “riesgos y beneficios que se espera del tratamiento que le propone; y si procede, firmar un consentimiento informado de la técnica que le van a realizar y leerlo detenidamente antes de firmarlo”.

Otra razón para que las personas sigan usando las pseudoterapias y confundiéndolas con las terapias reales, indica la doctora Campos Sánchez, “es que todavía hoy sigue sin implementarse el ‘Plan de Protección de la Salud frente a las Pseudoterapias’, aprobado por el Gobierno en 2018. Este plan buscaba limitar la publicidad engañosa, perseguir que pretendidos –falsos– terapeutas ofrecieran actividades como si tuvieran finalidad sanitaria; evitar el ofrecimiento de pseudoterapias conocidas por parte de algunos profesionales sanitarios que también las ofertan; o conseguir que la formación, cursos de especialización e incluso los medios de comunicación velaran por transmitir información veraz”. 

Desde el Ministerio de Salud, a través de este plan que menciona la presidenta de APETP, en febrero de 2019 se presentó un primer informe en el que se catalogaron como pseudoterapias a 73 técnicas sin soporte en el conocimiento científico, entre ellas, prácticas como el coaching transformacional, los cristales de cuarzo, el feng shui, las “terapias” florales, las piedras calientes, la “medicina” ortomolecular o el tantra. Además, desde el Gobierno se apuntaron también otras 66 posibles pseudoterapias que seguirían evaluándose de forma individual y entre las que están técnicas muy conocidas como la acupuntura, el tai chi, la hidroterapia, la homeopatía, las flores de Bach o el reiki. En cuestiones de salud, ninguna de ellas, pese a su popularidad, ha demostrado, todavía, ser más eficaz que el placebo.

En casos como la homeopatía, creada en 1796 por Samuel Hahnemann, llama la atención que el Gobierno todavía no la incluya dentro de las pseudoterapias, tras más de 220 años sin demostrar que haya curado nada. La catedrática de Psicología experimental de la Universidad de Deusto y autora del libro Nuestra mente nos engaña (Shackleton Books, 2019), Helena Matute, subraya que no le compete a ella valorar qué debe considerarse pseudoterapia y qué no, ya que, por su especialidad, su trabajo se centra en explicar por qué algo que no funciona puede parecernos que funciona, pero apunta que “si la ciencia no ha encontrado pruebas, eso puede quedar ‘pendiente de evidencia’ eternamente”. Estamos hablando, añade Matute, “de muchos científicos independientes de todo el mundo que lo han investigado y no hay pruebas”. Por este motivo, la psicóloga estima que, “a lo mejor, el ministerio debería mojarse y quitar ya, pasados X años, las etiquetas de ‘pendiente de evaluación’ y sustituirlas por ‘no ha pasado los controles’ para ser considerado medicamento”. 

Otro problema que indica Matute es que, debido a que las “medicinas” alternativas se pueden adquirir en las farmacias, esto puede llevar a la asociación errónea de que son medicamentos. “Conociendo cómo funciona la mente humana, es una barbaridad que esos productos se vendan en farmacia. Eso otorga credibilidad a productos que no sirven de nada (y que, a veces, hacen mucho daño)”. Para la psicóloga, “si en la alimentación se requieren claras advertencias en los productos, ¿no sería más importante aún poner advertencias en productos que pretenden mejorar nuestra salud y son inocuos o incluso dañinos?”. Matute propone que estos productos se vendan, por ejemplo, en el estanco, “como otros productos que hacen daño a la salud y que, sin embargo, no se retiran de la venta debido a lo solicitados que están; pero nunca en la farmacia”.

De igual manera, que las universidades o Administraciones públicas oferten cursos y talleres de determinadas pseudoterapias no hace más que blanquearlas de cara a la población. ¿Por qué ha sucedido esto? “A veces porque la persona que decide no puede conocer todos los detalles de todas las áreas de investigación”, explica Matute. “Durante unos años, fui directora de departamento en mi universidad y a veces me llegaban solicitudes de profesores o de asociaciones de profesionales que querían organizar un curso o seminario o conferencia en la universidad. Evidentemente, yo no domino todas las áreas de la psicología, y me proponían, a menudo, cursos y conferencias de los que yo no sabía nada. Muchas veces podía informarme fácilmente y casi siempre se trataba de cursos muy interesantes. Pero más de una vez intentaron que organizáramos en la universidad cursos clarísimamente pseudocientíficos”, relata la psicóloga, y añade que, debido a su labor investigadora en este campo, “podía detectarlos fácilmente”. Esto sucedía cuando “alguien pretendía saber más que el conocimiento que está publicado en las revistas científicas de forma acumulativa por la comunidad científica internacional” o cuando “alguien a quien preguntas cuáles son sus fuentes y te dice que no es la investigación científica publicada, sino su experiencia personal…”, detalla Matute.


NUNCA SON INOFENSIVAS
Las pseudoterapias, incluso aquellas que son inocuas, se vuelven peligrosas cuando se presentan como una alternativa a la ciencia en cuestiones de salud. Por ejemplo, en el caso de los productos homeopáticos, que no parecen tener efectos negativos directos para nuestro organismo, la doctora Campos Sánchez argumenta algunos motivos que deberían ser disuasorios: “La homeopatía tiene la obligación, por ley –aunque no lo cumpla–, de informar en su etiquetado haber demostrado la ausencia de indicaciones terapéuticas bajo el texto ‘sin indicación terapéutica aprobada’. También recordaría que cuando a las empresas fabricantes de homeopatía se les dio la oportunidad de demostrar algún tipo de utilidad clínica para sus productos, rechazaron la opción y prefirieron no tener que demostrar utilidad. Esto ocurrió hace unos tres años”. 

Aunque se refiere en este caso a la homeopatía, las advertencias de la doctora se pueden hacer extensibles a cualquier otro producto o pseudoterapia similar: “Los consumidores de homeopatía, la consumen creyendo en un efecto terapéutico. Efecto que no existe y que es tan irreal que ni los fabricantes creen en él. Esta desinformación puede llevar no solo a un gasto económico innecesario (la homeopatía es cara; bastante), sino también a que se retrase, e incluso se sustituya o abandone, una oportunidad terapéutica real por algo que personalmente considero un timo”. Campos Sánchez asegura incluso que sigue sin comprender “cómo no se nos cae la cara de vergüenza (sobre todo a los responsables de Sanidad y Consumo)” por mantener este producto dentro del mercado “bajo la denominación de ‘medicamento especial’ de naturaleza homeopática”.

El posible abandono de una terapia efectiva o el dinero invertido y sentimiento de estafa son algunos de los riesgos que corren las personas cuando se adentran en una pseudoterapia con el objetivo de mejorar su salud. Existen muchos tipos de pseudoterapias “y no hay ninguna que pueda considerarse inocua”, destaca Campos Sánchez. “Imaginemos que alguien con depresión decide creer en el efecto de la homeopatía (hay preparados homeopáticos publicitados frente al estrés y estados anímicos depresivos) y acaba agravándose su caso hasta el suicidio; o que alguien retrase su visita a atención primaria u oncología creyendo que las flores de Bach, el reiki o la acupuntura van a frenar el avance de un bulto que se ha detectado”. También puede ocurrir, explica la doctora, “que las infusiones o preparados herbales interfieran en el efecto de un tratamiento médico (reduciendo su efecto terapéutico o incrementando su toxicidad)”. Los tratamientos médicos están pautados de acuerdo a datos previos estricta y estrechamente monitorizados y analizados para determinar con el mayor grado de seguridad cómo, cuánto y de qué manera podemos lograr la mayor tasa de éxito sobre los pacientes, afirma Campos Sánchez, “por lo tanto, dejémonos de jugar con nuestra salud”. 

La doctora señala que existen pseudoterapias que son directamente perniciosas y peligrosas desde su concepción: “Algunas, como la ‘Nueva Medicina Germánica’ o la ‘Bioneuroemoción’ consideran que las patologías (incluyendo el cáncer) son conflictos emocionales por resolver, con lo que suelen inducir a un abandono del tratamientos o a que la gente directamente rechace tratarse”. Otro ejemplo “es el de los defensores de la sustancia MMS o CDS, también conocida como ‘Solución Mineral Milagrosa’, que pertenece a la familia química de la lejía (clorito de sodio) y, por tanto, su consumo es súper tóxico”. Pese a ello, Campos Sánchez insiste en que se siguen recomendando estos productos frente “a las más variopintas patologías: desde infecciones, a cáncer e incluso frente al autismo”.


BAILANDO PARA QUE LLUEVA
Pese a las advertencias médicas de los últimos años, con campañas como la plataforma del Ministerio de Sanidad ‘CoNprueba’  –con información actualizada de las prácticas consideradas pseudoterapias–, y su nula efectividad, las pseudoterapias siguen gozando de cierta atención por parte de la población. Según el informe Percepción Social de la Ciencia y la Tecnología en España 2020 de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT), el 23,8% de los encuestados ese año dijo haber utilizado alguna vez algún tratamiento alternativo similar a la acupuntura o la homeopatía. Además, de ellos, el 26,2% lo hizo en lugar de los tratamientos médicos convencionales y un 72,5%, como complemento.

Desde una perspectiva psicológica, existen varios motivos por los que una persona puede empezar a confiar en este tipo de prácticas no científicas. “En nuestro equipo de investigación llevamos muchos años investigando lo que se conoce con el nombre de ‘Ilusión de causa-efecto’ o ‘ilusión de causalidad’. Consiste en que las personas, a menudo, tendemos a creer que hay relación de causa-efecto entre sucesos que ocurren cercanos en el tiempo, incluso aunque se traten de meras coincidencias”, explica Matute. “Es un fenómeno muy común”, reconoce la psicóloga, “nos pasa a todos ante determinadas situaciones. Por ejemplo, si me duele la espalda, me tomo un producto que me recomienda un amigo, y al día siguiente me encuentro mejor, tenderé, al igual que cualquier otra persona, a pensar que me encuentro mejor debido al producto que tomé la noche anterior”. Sin embargo, matiza Matute, “existen mil posibles causas para una mejoría (ya sea del dolor de espaldas o de cualquier otra cosa), y si no tenemos más datos, no tenemos forma humana de saber a qué se debe”.

En los experimentos del equipo que lidera la psicóloga Matute se usan situaciones y pacientes ficticios, y los voluntarios del experimento tienen que observar las fichas médicas y decidir si hay o no relación causa-efecto. Pongamos, por ejemplo, que en una de esa fichas médicas se indica que el 80% de los pacientes que toman determinado medicamento se curan: “Te dicen: ¡Pero si se han curado el 80% de los que lo estaban tomando, esto funciona de maravilla! Y hay que explicarles que también deben mirar qué ocurre cuando no se toma el medicamento, porque si se cura el mismo número de personas (el 80%), entonces la conclusión es que no sirve de nada”, concluye.

De forma simplificada, esto es básicamente lo que hacen los ensayos clínicos para demostrar si un producto funciona o no, de manera que se considera ‘medicamento’ cuando cura a más pacientes cuando se toma que cuando no; o ‘pseudomedicamento’ o ‘medicamento alternativo’ cuando no es posible concluir que sea efectivo. “La cuestión es que hay que explicar todo esto porque muchas personas no lo saben, y acaban fiándose más del primer charlatán que le vende algo con promesas inciertas y palabras bonitas, que de los científicos que lo han puesto a prueba”, replica la psicóloga y añade que cuando algo se cataloga como alternativo, “lo que nos están diciendo es: ¡Ojo!, que esto no se ha demostrado que funcione”.

Se podría decir que las personas confían en las pseudoterapias como los supersticiosos creen en sus manías, o como nuestros antepasados se encomendaban a la danza de la lluvia. “Si hoy bailo y mañana llueve, creeré que están conectados, que mi baile ha provocado la lluvia (y si no llueve, no pasa nada, porque puedo seguir bailando todas las noches, y alguna acabará lloviendo, luego podré concluir, simplemente, que era necesario bailar muchas noches). Lo mismo ocurre con las pseudoterapias. Si coincide, concluyo que ha funcionado; si no coincide, igual puedo seguir probando y un día coincidirá”, argumenta Matute.

La psicóloga remarca que las personas no tenemos capacidad para analizar relaciones de causa-efecto de manera intuitiva: “A diario lo hacemos, y más o menos podemos aproximarnos y más o menos acertar…, pero si queremos estar seguros no queda más remedio que hacer un experimento para poder saber cuántos se curan cuando toman el producto y cuando no”. Las pseudoterapias, por su incapacidad para demostrar sus bondades, siempre se encuentran instaladas en la falsedad o, en el mejor de los casos, a la espera de evidencias. Un motivo por el que Matute aconseja que nos fiemos más “de los científicos que están trabajando precisamente en hacer esos experimentos, que en los charlatanes que nos cuentan que ellos saben más que nadie, por arte de magia, y que comprando sus productos se acabarán nuestros males”. 




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